Los barcos españoles que nunca abandonaron Cuba
Al oeste de la bahía de Santiago de Cuba, descansan los restos de la Armada Española, que año tras año sometida al embate del mar va lentamente desapareciendo.
A cientoveinte años de su hundimiento tan sólo unas pocas piezas han sido recuperadas gracias al esfuerzo del gobierno cubano, mientras, distintos países ajenos a la bandera que defendían proyectan la recuperación de una flota por todos considerada heroica.El acceso por el que introducíamos cámaras, botellas y cabos, por el que un siglo atrás los marinos españoles descendían a compartimentos inferiores, se había congelado en el tiempo adornado por corales y envuelto en un ambiente color azul. Nuestros lentos movimientos lo hacía aún más irreal, atentos a la iluminación, a la colocación de cabos y equipos de reserva observábamos como si fuéramos espectadores el buque hundido. El cabo guía pasaba de mano en mano desenredándose, buscando en un extremo el mosquetón lo enganché a la argolla de seguridad de mi equipo, miré a los demás y descendí apoyándome suavemente en los pasamanos que aun conservaban los pomos de bronce, el descenso en vertical me mostraba las escaleras invertidas, franqueé el último peldaño y comencé a recorrer los pasillos de acceso, la cámara abría el camino y apenas recorridos unos metros, la luz de los focos era mi única referencia.
Cubiertos de sedimento los compartimentos se comunicaban entre sí y los accesos se estrechaban con restos que soldados a la estructura se hacían imposibles de apartar. Con el fin de pasar a la siguiente sala, tuve que meter la cámara por un estrecho hueco, y desprenderme del equipo que a su vez introduje con cierta dificultad, utilizando una pequeña botella de emergencia de 1 litro conseguí pasar, una vez en el interior, el sedimento levantado formaba a mi alrededor una nube que me impedía ver, apagué los focos y me quedé quieto envuelto en la más absoluta oscuridad, muy lentamente recuperé el equipo, mientras las burbujas golpeaban el techo del compartimento. Había cerrado los ojos para acostumbrarme a la oscuridad y al abrirlos pude distinguir un pequeño punto de luz azul que indicaba una grieta en el casco.
El tiempo pasaba despacio y al apoyarme en el suelo noté bajo el limo algo pequeño y redondo, cerré lentamente la mano y lo levante a la altura de mi cara, al abrir la mano e iluminarlo, observé un pequeño botón dorado; dirigí la luz hacia el lugar de donde lo había extraído y apartando el sedimento encontré un trozo azul o negro de tela que al levantarlo se deshizo como si fuera de papel. Recorrí con la vista el compartimento de más de diez metros de largo y cuatro de ancho, encontrando justo a mi derecha lo que parecían unas lámparas que por la acción del tiempo formaban ya parte de la estructura, pasé la mano sobre ellas y la luz se reflejó en el cristal aún intacto, enterradas en el sedimento otras del tamaño y forma de un balón y con un cristal de 5 milímetros de grosor se encontraban esparcidas tapizando el suelo.
La capa de sedimento que cubría el compartimento podía tener más de metro y medio de altura en su parte más alta, recorrí la sala hasta el final, en una esquina sobresalía del suelo un cartucho de mauser, bajo este otros, algunos peines y balas. Los minutos pasaban deprisa en un mundo en el que el tiempo ya no tenía sentido. En el silencio podía imaginar hace apenas unos años el miedo y la rabia de más de mil quinientos hombres abandonados a su suerte contemplando los buques embarrancados y a sus compañeros muertos o heridos intentando salvar la vida, hombres jóvenes iguales a nosotros con la única desgracia de haberles tocado en suerte vivir el año 1.898.
CUBA 1.898
Las viejas ambiciones de los E.E.U.U. por Cuba, la llave del Golfo, se hacía patente más aún cuando la guerra por la independencia cubana, durante treinta años, había supuesto para España una enorme sangría humana y económica. Las bajas eran causadas en su mayoría por la fiebre amarilla, a pesar de que D. Carlos J. Fínley, médico cubano (familiar lejano de Adolfo Navarrete, integrante de nuestro equipo), había descubierto que su transmisión se debía a la picadura de un mosquito y no a las emanaciones de las ciénagas o al clima. Mientras, la prensa norteamericana encabezada por Hearst y Pulitzer se dedicó a crear un estado de opinión contrario a España y proclive a una intervención militar, basándose en una guerra de liberación de los hermanos cubanos y a las duras medidas de reconcentración empleadas por los españoles en Cuba. No obstante, durante todo el siglo XIX los EE.UU. habían masacrado literalmente a los indios norteamericanos sin atender a las protestas extranjeras. En diciembre de 1890 se produjo la masacre de Wounded Knee en la que 230 mujeres y niños y 120 hombres fueron ametrallados por el séptimo de caballería entre otros, mientras esperaban ser conducidos a una prisión militar. Así mismo las reservas indias, por todos bien conocidas, en ningún momento se consideraron «zonas de reconcentración».
La prensa norteamericana recurrió a pintores como Remington que debían ilustrar tales horrores, y que al telegrafiar el ilustrador al editor: «No veo tales carnicerías ni mucha guerra, quiero volver» Hearst telegrafió: «Quédese en Cuba y dibuje. La guerra la produciré yo».
El régimen autonómico cubano en aquellas fechas ya había sido concedido y el agotamiento de los contendientes posiblemente hubiera dado lugar a un proceso de paz pero el interés de EE.UU. por Cuba condenó una iniciativa posiblemente tardía. El 25 de enero de 1.898, en una evidente medida de presión, EE.UU. envío a varios puertos cubanos sus buques de guerra.
El principal, el Maine con 354 tripulantes, fondeó en la Habana siendo recibido con toda cortesía y asistiendo la dotación a fiestas y celebraciones. El crucero Vizcaya, perteneciente posteriormente a la flota Cervera, fue enviado a New York con el fin de devolver la visita de cortesía.
Pero el 15 de febrero y unos días antes de las elecciones del parlamento insular cubano se produjo la voladura del Maine con un saldo de 266 tripulantes y dos oficiales muertos. Los altos mandos y casi toda la oficialidad blanca se salvaron al encontrarse fuera del barco asistiendo a una fiesta ofrecida en su honor por el gobierno español en el momento de la explosión.
Se crearon dos comisiones de investigación, una española y otra norteamericana. La comisión española dictaminó que la explosión se había producido desde el interior del buque por una combustión espontánea que se extendió por la Santa Barbara. La norteamericana concluyó que la explosión había sido externa y que por tanto se trataba de un ataque deliberado. José Casto Navarro profesor de la Universidad de la Habana (Miembro fundador de la Unión Nacional de Historiadores de Cuba) publicaba en su «Historia de Cuba»: «En realidad España hacía lo imposible por evitar la guerra con EE.UU. y se cuidaba de cometer cualquier acto de provocación, por tanto no se puede concebir que los españoles fueran responsables del hecho». La prisa de los EE.UU. por comenzar la guerra se hizo evidente. Apenas unas horas después, Hearts publicaba en un titular a toda página «El Maine partido en dos en la Habana por un infernal artefacto del enemigo».
DECLARACIÓN DE GUERRA CON CARÁCTER RETROACTIVO
El 25 de abril se declaró la guerra entre España y EEUU, no obstante desde el 21 de abril sin previa declaración los EE.UU. atacan y capturan mercantes españoles algunos de los cuales incluso habían zarpado de puertos norteamericanos. Las justificaciones de días, tal vez debían haber sido recordadas ante las de horas en el ataque de Pearl Harbour.
El primer ataque sobre las Antillas se llevó a cabo en San Juan de Puerto Rico, bombardeando la ciudad sin dar aviso antes para que la población civil se pusiera a salvo, como era obligada costumbre, muriendo 4 civiles e hiriendo a otros 16 lo que provocó la protesta internacional. Pero la guerra debía decidirse en la Batalla de Santiago de Cuba en la que los marinos españoles lucharon en tierra y mar.
La situación de la tropa era lamentable, sin paga desde hacía más de 10 meses, alimentados con arroz cocido, café y aguardiente, contaban con una dotación de 550 hombres en el Caney y 900 en las Lomas de San Juán, puntos fundamentales para impedir el acceso de las fuerzas norteamericanas desembarcadas.
Conscientes del inmediato ataque, la marina española desembarcó 500hombres al mando de Bustamante (jefe de la E.M. de la Escuadra Cervera y de las defensas submarinas) quedando como reserva a la espera del resultado de los combates.
1 DE JULIO DE 1898. EL CANEY
A las 7:00 de la mañana, 3.950 hombres al mando del general Lawton atacaron la pequeña guarnición de 550 hombres al mando del general Vara del Rey con el objetivo de tomarla en menos de dos horas. Las tropas norteamericanas cargaron sólo para ser frenadas en seco. Lawton recurrió a la brigada de reserva con un total de 1.450 hombres que fue a su vez rechazada, recurriendo a la última brigada de reserva de 1.100 hombres. Transcurridas siete horas, la delgada línea española seguía manteniendo a raya a las tropas norteamericanas que ya sumaban 7.000 hombres, aguardando con descargas a la voz de los oficiales para estirar al máximo los 150 cartuchos de cada soldado.
Diez horas después y agotadas las municiones, Vara del Rey, que aún dirigía a sus tropas y que había visto morir a sus dos hijos, herido en sus dos piernas y transportado en camilla, murió alcanzado por una granada.
500 hombres habían desviado a una fuerza de 7000 durante más de diez horas.
Mientras, el general Shafter ordenó a 11.000 norteamericanos apoyados por 5.000 cubanos al mando de Calixto García, el ataque de las Lomas de San Juán que contaba con una guarnición de 900 hombres y la reserva de marinos españoles de la Flota Cervera. Tras sucesivos ataques rechazados, los asaltantes tomaron las Lomas, no obstante los marineros españoles al mando de Bustamante, contraatacaron con sus 500 hombres dispuestos a reconquistarlas, lo que permitió a la defensa española reorganizarse en la contrapendiente de las colinas de San Juán y allí quedó definitivamente frenado el avance de los EE.UU. hasta la capitulación de Santiago.
Los marinos de la Flota tuvieron 71 bajas incluyendo a D. Joaquín Bustamante, que murió después debido a las heridas recibidas.
Tras las 1.800 bajas de los atacantes frente a las 470 de los defensores, el desolador balance y el temor a la llegada de refuerzos, llevó a Shafter a notificar a Washington la conveniencia de retirarse y ordenar a la escuadra norteamericana la entrada en el puerto de la bahía de Santiago de Cuba, lo cual era un suicidio. No obstante, la flota española al mando de Cervera, ya había recibido la imperiosa orden de abandonar la bahía. Tras el embarco de la marinería, hubo que reforzar las defensas con 150 enfermos y heridos.
Así pues la flota Cervera pudo impedir la toma de la ciudad de Santiago, participando en una batalla en la que se enfrentaron 23.000 norteamericanos y cubanos contra 1.950 españoles defendiendo una posición nunca tomada por las armas.
CUBA 1998
Contemplando los restos del buque hundido, había olvidado que no podía prolongar por mucho tiempo más la inmersión. Recogí rápidamente el cabo mientras me dirigía hacia la cubierta en la que encontré la botella de reserva. Por unos instantes fui consciente del tamaño de la tragedia que debió suponer para la flota española dejar Santiago, abandonando a su suerte a las tropas que defendían la ciudad y huir según las órdenes intentando salvar los barcos. En su desesperada huida y sin poder prestar ayuda a los demás, la dotación del Colón contempló el fin de todos los buques a excepción de los dos pequeños destructores, que, solos en su huida, fueron alcanzados apenas rebasada la Socapa.
El interés por conocer todos los detalles y comprobar el estado actual de los buques españoles nos llevó a Santiago, donde intentamos averiguar su posición exacta, las posibilidades e intentos realizados por recuperar la flota y los proyectos propuestos por firmas extranjeras, así como su historia sumergida. De inestimable colaboración fue Pedro Soberat, el que en su día fue guía de Cousteau y que a sus 71 años nos acompañó, indicó y guio allí donde los demás no pudieron. La documentación de las televisiones cubanas, la colaboración entablada con la oficina del conservador de la ciudad de Santiago, las marinas Marlin y Horizontes, el apoyo del museo naval de Madrid, y la colaboración de Mundo Marino y Marine Visión forman parte de una historia que arrancaría seis meses después.
VOLADURA DEL MAINE
Buque acorazado norteamericano en el puerto de la Habana. Se crea la comisión española para la investigación de los hechos. Los españoles hacen un ofrecimiento a los norteamericanos para hacer una investigación conjunta, propuesta que es rechazada. La comisión española dictamina valiéndose de los informes de submarinistas, de ingenieros de la artillería naval y de declaraciones de varios expertos internacionales, que la explosión fue interna, por tanto, accidental. La comisión norteamericana concluyó valiéndose también del informe de los submarinistas, que la explosión había sido externa, sin consultar a expertos neutrales. Los pescadores y submarinistas afirmaron que al ser externa, la explosión debería haber existido una gran cantidad de peces muertos, a lo que EE.UU. argumentó que en el puerto de la Habana apenas existían peces.
EE.UU. omite la opinión del ingeniero jefe de la armada estadounidense Melville, que sostenía que la causa de la explosión fue un estallido fortuito de los pañoles de munición. EE.UU. omite la opinión del experto en municiones de la armada estadounidense Philip Alger quien afirman que la explosión pudo ser producida por un incendio causal en los pañoles de carbón y cuya combustión provocó la deflagración de los pañoles de munición. Se constituye una comisión prescindiendo de técnicos externos, llegando a la misma conclusión. En diciembre de este mismo año, los EE.UU. hunden el Maine en alta mar. En 1971, el Almirante estadounidense Rickover, ordena una investigación sobre fotografías, planos y documentación del buque, señalando que la causa de la explosión fue una combustión espontánea en una carbonera que provocó el estallido del polvorín. En 1995 Rickover afianzó su teoría de que la explosión no se debió a una mina, afirmación que sostuvo sobre un estudio realizado sobre los daños que sufrieron los buques de la 2ª Guerra Mundial. El análisis de la AME que fue publicado en el número de febrero de 1998 de National Geographic examinó las teorías de la mina y de la combustión del carbón.
El informe expuso que parecía más probable, de lo que se creía con anterioridad, que fuera una mina la causante del plegamiento hacia el interior de las placas del suelo y de la posterior detonación de los pañoles de munición. Sin embargo algunos expertos analistas de la propia AME y Hansen (investigador de Rickover) se negaron a aceptar las conclusiones del informe AME.